Debo ser muy preciso para hablar de ello. Primero que nada,
me es necesario aclarar que no sólo no me gusta bailar sino que me considero
incapaz para vincularme con la danza en sentido estricto. Digo, ahora sí,
qué me gusta. La soledad y la paridad de los danzantes que se realiza en forma
paralela todo el tiempo hasta el momento del encuentro; luego caos por un rato
y luego encuentro, éste definido por la letra de la canción (que vale la pena
no sólo traducir sino buscar también las referencias literarias y mitológicas);
encuentro, disparidad y luego comunión. El instante del abrazo y el momento,
único, en que se hacen luces; después compañía y abrazos ¿había usted visto
antes a alguien danzar abrazos? Finalmente el eterno destino entre los hombres,
separación, pero no sufriente, muy cercana a lo libre y luego la unidad
misteriosa. Pareciera un montaje de un sitio sin nada más que la danza y lo que
ésta convoca. Es, claro, una historia sencilla pero relatada de manera
exquisita. Lo que me lleva a decirle que, aunque usted no lo crea, yo bailo y
mucho, mucho más de lo que podría imaginarse, pero no siempre hay sitios dónde
bailar porque casi ninguna danza se hace con libertad y soy enemigo de las
normas, así que espero los sitios, la música, el entorno y la pareja o los
buenos amigos, con ellos también se baila. En fin, espero haya usted disfrutado
del obsequio tardío; sé que es usted una buena escritora, talentosa para
retratar momentos y tamaños, es usted relatora de afectos y potencias; yo soy
un poco menos que eso, pero me gusta dejar que el entorno me haga frente y le
comparto esto con cariño y esperando sacarle una sonrisa.
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